Yo sabía exactamente lo que tenia que sentir por el hombre con quien me casaría. Hasta el día en que lo conocí.

 

por Yehudit Channen

Pasé gran parte de mi infancia leyendo la gran colección de mi abuela de revistas True Romance (Romance Verdadero). Mi abuela emigró a Estados Unidos desde Hungría cuando era una adolescente, y ese es el nivel literario más alto que ella alcanzó. Ya sea eso o que realmente disfrutaba el glamour y el escape que esas historietas proveen después de un largo día en el almacén que ella tenía con mi abuelo.

De cualquier forma, encontré las melodramáticas historias terriblemente intrigantes, con todas las complicaciones y la ansiedad que el romance puede proveer. Siempre había algún triángulo amoroso ocurriendo o un terrible malentendido, con rompimientos y reencuentros que continuaban en las secuelas. Me fascinaban las obsesiones y el dolor que soportaban los personajes, y asumí que estaba aprendiendo todo sobre las relaciones. Una clase de romance verdadero.

Si tu amor verdadero actúa como un idiota, es aceptable mientras lo ames.Ese fue el comienzo de una educación que nunca debí haber adquirido. Recibí el resto de mis expectativas románticas de la música pop y las películas de Hollywood. Algunos de los mensajes más fuertes eran:

  • El amor involucra emociones como celos, actitud posesiva y el miedo constante de perder a tu amado por alguien más hermosa que tú.
  • No debiera importante lo que otra persona, incluso familiares cercanos y buenos amigos, piensen de tu amado. Lo más importante es que te derrites por él.
  • Amor no correspondido es una cosa noble, y es comprensible querer morir si eres rechazada por la persona de la que estás enamorada.

Para el momento en que estaba lista para el matrimonio en los años 70, sabía exactamente lo que tenia que sentir por el hombre con quien me casaría. Hasta el día en que lo conocí.

El hombre que quería casarse conmigo despertó sentimientos mucho menos intensos y excitantes de lo que estaba esperando. En algunas de nuestras citas incluso me aburrí un poco y estuve feliz de regresar al parloteo y al caos de mi apartamento de puras chicas. Este hombre era abierto, confiable, ambicioso e interesado en mí. No era temperamental, nunca impredecible, le faltaba misterio y no tenia absolutamente ninguna tendencia criminal. Era franco y, para mi gusto, aburrido hasta más no poder. Él parecía una buena persona para tener de vecino, no mi oportunidad dorada de pasión y gloria. ¿Dónde estaban los fuegos artificiales, el corazón agitado, las lágrimas de tormento, los momentos de éxtasis? Yo me sentía miserable de no estar enferma de nostalgia. No había perdido mi apetito y dormía perfectamente bien. ¿Cómo podría ser esto amor?

Menos mal, en esa etapa de mi vida, estaba asistiendo a clases de Torá y aprendiendo nuevas lecciones sobre amor y matrimonio. Se suponía que tenía que buscar buenas características personales, como humildad y compasión. Mis amigas y yo soñábamos con casarnos con un sabio judío, un modelo para los niños, un pilar para la comunidad. Eso no sonaba como los músicos y tipos artísticos con los que yo siempre había soñado.

El hombre que quería casarse conmigo era tan normal. Y a mi padre en realidad le agradaba, lo cual era algo completamente nuevo. Yo sencillamente no podía resignarme a que el fuera "el adecuado".

Sin embargo, después de un tiempo, su dulzura me encantó. Así que me zambullí y finalmente me casé. Lenta y tiernamente, comenzamos a construir nuestra relación, aunque yo aún algunas veces me inquietaba que nuestra relación nunca sería la inspiración para una historia de Romance Verdadero.

Unos cuantos meses después me emocioné de descubrir que estaba esperando un bebé. Una tarde mientras estábamos caminando por la ciudad, decidí que teníamos que tomar helados. En mi estado de embarazada, escogí el sabor de avellanas, pasas y brandy. Mi esposo escogió vainilla. "¡Oh vamos!" lo molesté. "¡Prueba algo más emocionante!".

"No, me gusta la vainilla". Insistió él, "La vainilla siempre es buena".

Pagamos por nuestros helados y nos sentamos a saborearlos en un parque cercano. Le di una lamida grande a mi helado que se derretía rápidamente ¡y era completamente asqueroso! No podía creer que había elegido este helado (¡y había pedido tres bolitas!). Miré a mi esposo acomodarse para disfrutar su sencillo helado blanco y comencé a codiciarlo intensamente.

"¿Qué pasa?", me preguntó. "¿Está todo bien?".

"¡Esto sabe horrible!", admití. "¡No puedo comerme esto!", me sentí especialmente mal porque en esos días teníamos tan poco dinero y un helado, lo crean o no, era un lujo.

Él me miró con cara seria y dijo, "Tú probablemente quieres que cambie contigo ¿cierto?".

"Bueno", le dije a mi nuevo esposo, "no quiero ser grosera".

"No, no, está bien. Toma, aquí tienes el mío".

Él extendió su helado y yo le di el mío. Él lo probó. "Mmm que rico", dijo en voz alta. "Esto está genial, realmente delicioso".

Lo miré agradecida y probé su helado de vainilla. Era maravilloso. Y luego me di cuenta: él también lo era.

"Exótico" puede verse bien, pero solamente desde afuera. Cuando estás construyendo un hogar, algo a largo plazo, y estás acalorada y cansada (y embarazada), quieres algo –no "aburrido"– sino estable, confiable y fiel.

Lo que ahora llamo Romance Verdadero.

 

Mujer

Hay un nuevo libro titulado "In Praise of Stay-At-Home Moms" (En alabanza a las amas de casa). Estoy intrigada por este concepto. Nos hemos convertido en una sociedad en la que lo obvio necesita ser dicho, y luego probado a través de caros estudios. (¿Sabían que los hombres y las mujeres son diferentes?).

Por supuesto que las amas de casa merecen alabanza. La mayoría de las madres (y los padres también, para esos efectos) merecen alabanza.

Desgraciadamente, al menos desde el advenimiento de Betty Friedan y "The Feminine Mystique" (El Misticismo Femenino), las madres que se quedan en casa han sido degradadas y devaluadas.

Ellas son consideradas como desinformadas (en el mejor caso), e incapaces de estar informadas (en el peor caso), incultas, incompetentes, tontas y por decir lo menos, “las ricas malcriadas”. Si no es así, ¿por qué alguien tomaría esa decisión? Cuando mujeres con un MBA dejan sus trabajos para quedarse en casa con sus hijos, la historia se convierte en un popular artículo en el periódico “NY Times”.

Tenemos que alabar a las amas de casa porque no es una decisión fácil; es una decisión que la sociedad en general mira en menos. No vale ni la pena hablar con una mujer sin al menos un título universitario y una carrera ambiciosa. Todos conocen esa clásica escena en un cocktail. “¿Qué haces tú?” “Soy ama de casa y cuido a mis hijos”. “Ah, muy bien... perdóname, necesito dar una vuelta”.

Tenemos que alabar a las amas de casa porque nadie mas lo hace.

Tenemos que alabar a las amas de casa porque nadie mas lo hace. Sus hijos definitivamente no lo hacen. Y a veces sus esposos también se sienten inseguros, influenciados negativamente por el ruido del mundo alrededor.

Tenemos que alabar a las amas de casa porque es un trabajo solitario. Los niños son dulces pero la necesidad de compañía adulta es fuerte y frecuentemente insatisfecha. Aceptar la soledad para darles a tus hijos estabilidad y seguridad es una decisión valiente. Yo solía recibir muchas alabanzas por tener una casa llena de invitados para Shabat cuando tenía muchos niños pequeños a mi cargo. Ellos no se daban cuenta de que era un acto completamente egoísta. ¡Al final de la semana yo necesitaba desesperadamente la conversación y la compañía de adultos!

Tenemos que alabar a las amas de casa porque no es un trabajo fácil. Es físicamente agotador – tienes que operar a máxima potencia con poco sueño. Te ensucias, tus hijos se ensucian, tu casa se ensucia… y tus hijos no paran de moverse.

Tenemos que alabar a las amas de casa porque ellas están trabajando constantemente en su carácter. Las oportunidades para impaciencia, frustración y perder el control son frecuentes, quizás cada pocos minutos. (Aunque algunas carreras puedan presentar desafíos similares, si son tan frecuentes como es en el cuidado de niños, ¡probablemente es tiempo de buscar un trabajo nuevo!).

Tenemos que alabar a las amas de casa porque ellas están creando el futuro. Ellas están concientes de lo que está en riesgo y están dispuestas a hacer los sacrificios necesarios.

De hecho la única cosa que le quita méritos a la alabanza de las amas de casa es el hecho de que entre todo el esfuerzo y el trabajo duro, hay mucho placer disponible.

Entre la imagen borrosa de desorden y agotamiento, está la alegría de ver a tus hijos explorar el mundo – una flor, un pajarito, un amigo nuevo. Está la emoción de sus primeros pasos y de sus consecuentes aventuras de descubrimiento. Está la emoción de su primera palabra y los pensamientos y frases que siguen. Está la gratificación de ver como se desarrolla su carácter – de verlos compartir con otros, jugar con otros, e incluso consolar a otros. Si pones atención, esos placeres nunca cesan.

Todos necesitan alabanza. Pero quizás las amas de casa solamente necesitan cambiar su foco. Nosotras tenemos que enfocarnos en los beneficios y no en los desafíos y las frustraciones, no en la falta de validación externa (lo sé, no es una tarea fácil). Nosotras podemos ver los ojos de nuestros hijos iluminarse cuando nos ven, podemos tomar sus pequeñas manitos mientras jugamos en el parque con ellos, empujándolos en los columpios y atajándolos al final del tobogán. Y recibimos esos besos y abrazos y un "Te quiero mami" al final del día. Además, ¿quién necesita cocktails después de todo?

 

Si bien es gratificante que nos elogien, la verdadera autoestima no se basa en lo que los demás piensan de nosotros.

por Carol Ergas

 

Hace pocos días estuve conversando con una amiga sobre la necesidad de reconocimiento que tenemos los seres humanos y del gran impacto que tienen en nuestras vidas los elogios que recibimos de diferentes personas con las que interactuamos a diario.
 
Todos los roles en los que nos desempeñamos cotidianamente, mujer, hija, madre, esposa , amiga y profesional, entre otros, exigen mucho de nosotras, nos obligan a trabajar nuestro carácter de una forma impresionante. Debemos esforzarnos por desempeñar nuestro rol de mujer judía exitosamente, por honrar a nuestros padres como corresponde, por educar con firmeza y al mismo tiempo con cariño a nuestros hijos, por estar lindas y sonrientes para nuestros maridos sin importar cuán difícil haya sido el día, por estar presentes y disponibles para nuestras amigas para ser un apoyo y dar un buen consejo cuando se necesite y finalmente por desempeñarnos de una forma ética y responsable en nuestro trabajo. Sin duda, no es fácil.
 
Todo este trabajo interno que desarrollamos de organización de tiempo y de control de emociones, es algo que nos gusta porque nos hace sentir mejores personas, pero al mismo tiempo nos agota. Sin mencionar que además, tratamos de buscar algún tiempo para nosotras, para hacer algo que nos gusta o nos relaja.
 
Después de dedicarnos a esta inmensa tarea, nos encanta recibir un elogio en cualquiera de nuestras facetas. Nos cambia el día escuchar que un hijo nos diga que nos ama, que reconozcan nuestro trabajo o que nuestro marido nos diga que nos vemos lindas. Ese reconocimiento es agradable e importante y refuerza nuestra autoestima, nos hace sentir bien con nosotras mismas.
 
Sin embargo, al conversarlo con mi amiga, me acordé de un concepto muy importante que leí en el libro “Head to Heart” de Gila Manolson. Tiene que ver con la definición de autoestima que muchas veces confundimos. Si bien es gratificante que nos elogien o alaben nuestro trabajo, la AUTO-estima es la AUTO-imagen, es decir, se basa en lo que nosotras pensamos de nosotras mismas. No es un concepto que se construye desde afuera hacia adentro sino algo que viene desde nuestro interior. Sin importar el hecho de que me alaben o no, si yo sé que estoy tratando de hacer mi mejor esfuerzo para trabajar cierto aspecto de mi carácter, aún si nadie lo ve, debería sentirme bien conmigo misma.
 
En diferentes momentos de nuestra vida especialmente al iniciar nuevas etapas, es común que nos pongamos metas y asumamos compromisos. Cuando estudiamos una carrera universitaria, nos proponemos aprender y tener buenas calificaciones, cuando nos vamos a casar nos esforzamos por ser buenas esposas, al tener hijos, por ser buenas madres y así en cada nuevo desafío. Cuando pasa el tiempo y vemos que nuestras metas se van realizando y que cada vez estamos más cerca de convertirnos en lo que queremos ser, nos sentimos felices con nuestros avances, orgullosas de nuestros esfuerzos y contentas con nosotras mismas. Esa es autoestima que viene de adentro, que no tiene nada que ver con lo que opinan los demás, tiene que ver esencialmente con cómo nos evaluamos nosotras como personas.
 

Que nuestra autoestima no se vea afectada por la imagen que los demás tienen de nosotras es definitivamente algo difícil de lograr. Pero lograrlo es muy sano, porque aún cuando no recibamos elogios, nos sentiremos grandes personas.